Como niños en el parque
Hay un rinconcito en la ciudad del Neva de difícil olvido y a la vez grato recuerdo. Un espacio, de un jardín de verano en la Venecia del Báltico, que hace aflorar de la memoria profunda, aquella ley, que dice de los juegos, que cuanto más sencillos mejores son. Doce sillas en círculo, aunque puede que me equivoque, cada una, parida de diferente manera (la opuesta a la de respaldo más alto era absolutamente deforme); en el centro, una insinuación de esfera a base de hierros retorcidos, y en su interior, una visión reducida y psicodélica de los edificios más importantes de San Petersburgo. Un poco de vidriera gorda de los más variopintos colores, y ya está.
Sólo quien mantiene al niño dentro es capaz de disfrutar, de lo sencillo, de lo fácil, de lo inocente, aunque no exento de picardía, de lo verdadero, si bien a veces sea cruel... de la belleza de las cosas.
Vamos dejando lugares así tras nosotros, constantemente; no siempre se anuncian.
Aprovecharlos, es poner una piedra eterna en la construcción de nuestra felicidad.
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