Andrea
Una vez llegué a resumir mi relación con Andrea y el cómo me hacía sentir, con ese escalofrío que te recorre el cuerpo durante el instante en que un objeto de cristal cae para romperse. Creo que resumia muy bien la incertidumbre, la inseguridad, la impotencia... Sentimientos todos ellos que en mayor o menor medida, aislados o en conjunto me acompañaron durante el tiempo en el que lo compartimos todo... o casi todo.
La conocí en la veintena, veintipocos yo, veintimenos ella. Con su carita dulce y redonda, y orejas algo puntiagudas, casi de elfa. Solía llevar una media melena castaña, algo cobriza; recojida, o no, en coletas o moños. A veces con algo de flequillo, del que dejaba se desmadraran (y pienso que con toda la intención) dos finos mechones que le caían rozando las pestañas y constituían su juguete favorito cuando se quedaba ensimismada. Tenía unos ojos algo rasgados, de color caramelo. Me maravilaba el modo en que miraba, en como acompasaba el movimiento de su cabeza con el de los ojos. Todo suavidad, todo sutileza, parecía obedecer a un endiablado plan, que ella ejecutaba con naturalidad, para llevar a cabo sus objetivos. Supongo que pocas cosas en la vida se le habrán podido escapar si tuvo oportunidad de enfrentarlas a su mirada... sé de al menos una, yo.
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